El negro como personaje en la narrativa peruana. De la marginalidad al protagonismo

jueves, 20 de octubre de 2011

Por Patricia Adrianzén de Vergara

Esta semana leí el primer capítulo de la novela “Malambo” de Lucía Charún Illescas. Una novela ambientada en la época de la colonia en el tiempo de la trata de esclavos. No conocía a la autora y se me hace muy difícil de creer que no podamos encontrar fácilmente en nuestro país, un ejemplar de una novela de tan alta calidad literaria y con un tema tan pertinente para nuestra historia como país y sociedad.







Aparte de “Matalaché”, tal vez el primer antecedente que conocía en la narrativa peruana donde el negro es tratado como personaje literario, recordé “Monólogo desde las tinieblas” libro de relatos breves de Antonio Gálvez Ronceros, cuya primera edición fue en el año 1975. Para quienes no conocen este libro, resulta una lectura deliciosa. El autor procede de Chincha, de la zona rural así que describe el habla, el mundo, los usos y las costumbres del negro campesino.

Copio para ustedes una palabras de la tapa del libro: “A través de los diecisiete cuentos que conforman este libro, la imagen de la negritud afincada exclusivamente en el negro campesino, está construida por la presencia constante del espíritu del habla del negro del campo, por esa hermosa naturalidad con que actúa cotidianamente, por el clima extraño con que impregna más de una de sus creencias y por esa simple sabiduría suya, patrimonio de los hombres sencillos y humildes. Teniendo como contexto su particular mundo de árboles, animales, y un sol que alumbra desde un cielo sin reservas, el personaje se moviliza en una atmósfera de situaciones en las que la gracia, el humor, la ironía, la cólera, la sabiduría, la tristeza, el miedo y también la dura supervivencia conforman un fresco de riqueza vivaz y rotunda…

Así Antonio Gálvez Ronceros revela la insospechada identidad de otro hombre a quien se ignora como si profiriera su voz desde las tinieblas”.







Cabe destacar la rigurosidad del trabajo lingüístico de Antonio Gálvez Ronceros al retratar fielmente el habla del campesino negro, y su destreza en el manejo del relato breve. Y en cuanto a contenido como ya se ha mencionado el humor, la gracia y la ironía se conjugan con el miedo, la tristeza y las vicisitudes de la vida cotidiana.

Muchos años después descubro a Lucía Charún Illescas, también peruana, quien al igual que Antonio Gálvez Ronceros, elige diseñar personajes de su contexto. Y nos hace entrega de una novela donde presenta dos mundos contrastados: Malambo (un barrio de gente marginal) y la ciudad de los Reyes, separados por el Río Rímac, el río hablador.



Para muestra un botón, de la calidad poética de la autora en la descripción de estos dos mundos:



“Aunque tengan la apariencia mansa, esas aguas saben desbordarse a gritos. Durante las crecidas del verano, entran arrastrando lodos al pedregal del leprosario y se escurren confundidas, tintas en sangre, por entre los cadáveres de los animales sacrificados en el matadero de Malambo, el rincón de los negros de Lima: asiento y reparo de los taytas Minas, los ancianos Angolas y Mandingas y las cofradías de Congos y Mondongos. En Malambo, el Rímac se codea orondo entre libertos, cimarrones y esclavos de mala entrada que lo escuchan desconfiados pero que, al enterarse de lo que cuenta, le van aprendiendo las mañas del habla. Porque a veces el río se hace el remolón. Haraganeando se detiene a conversar en las acequias y los charcos, al sesgo de los recovecos polvorientos y los callejones tortuosos y salobres de San Lázaro.



En la otra ribera, la del Palacio del Virrey y las casonas con frontispicio de cantería labrada, ventanales y celosías con cortinones de seda, el río se insinúa en adelgazamientos de cauce ordenado por cañerías de arcilla. Unidos a otros manantiales subterráneos corre por la Calle de las Mantas y el Callejón de Petateros, y bajo la Calle de los Judíos, el callejón de los Plateros, de los Bodegones y de los Espaderos, deja atrás el taconeo licencioso de las tapadas en la calle de los Polvos Azules hasta encontrar la fuente de la Plaza Mayor. Quien se detenga a contemplar el borboteo, no podrá evitarse las costumbres del Río Hablador”.



En la lectura de este primer capítulo auguro que la imagen del río Rímac puede llegar a la dimensión de un personaje más, ya que la autora vincula los personajes que va insertando en su novela con el río. Así hace con Tomasón Ballumbrosio, el primer personaje que ingresa a la novela, un negro pintor cuya única libertad que ha conquistado es la de vivir en un cuartucho a orillas del río Rímac pero ya no en la casa de su amo, a quien le da grandes ganancias con su arte.



Estoy expectante de continuar la lectura de esta novela, celebrando que una autora peruana sea la voz de un sector de nuestra sociedad rico en su cultura que ha aportado tanto a nuestra identidad peruana, pero por años ha tenido que luchar contra la marginalidad. Así como José María Arguedas fue la voz realista y tierna del hombre de la Sierra, la voz de Lucía Charún puede conducirnos a descubrir las tremendas injusticias perpetuadas contra la dignidad de estos hombres y mujeres y valorar su mundo, sus luchas y desafíos que enfrentaron desde siglos y sacarnos así de las tinieblas.

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