REFLEXIONES EN UN TIEMPO DE CRISIS

martes, 3 de agosto de 2010


RECORDANDO ECLESIASTÉS CAP 3.
Por Patricia Adrianzén de Vergara

Descubrí que cuando estoy triste me es imposible escribir. Tal vez porque las palabras rehúsan teñirse de gris. Acostumbrada como estoy a atraparlas y darles forma, combinarlas para expresar su gloria. Descubrí que mi corazón se encierra y se rehúsa a darse a conocer. Y soy como esa niña que perdió su mejor juguete y escapa a llorar a un rincón para que nadie la vea. Descubrí que estar triste aunque es natural en mí crea vacíos profundos. Y que soy de esas personas que ante lo incomprensible se vuelven ante Dios con el ceño fruncido. Aunque sé que él es tan paciente, y me ama tanto que volverá a esperar el desahogo de mi alma para volver a recibirme entre sus brazos.

Por eso ahora tengo palabras acumuladas de días, encerradas en mi interior que pugnan por escapar y no las dejo. No quiero vestirlas ni darles color. Las prefiero oscuras en lo profundo de mi ser. Oscuras como el duelo que estoy viviendo, como el dolor que siento por la muerte de Joel. Porque fue una muerte tan incomprensible. Un día él estaba riendo y al día siguiente inerte. Por eso aunque tuve que tragarme el llanto y postergar mis interrogantes para ser soporte y consuelo, no pude evitar decir “A veces no comprendo a Dios” cuando llegó mi pastor y solamente me miró con esos ojos que confirmaban que me seguía amando. Y repetirme a mí misma durante el velorio “Dios no te comprendo” Y volverme a repetir en el entierro, cuando todos estábamos allí pensando en el cielo pero tan cerca de la tierra.




El primer día del año también quise escribir como otras veces agradeciendo todas sus bondades para con mi familia. Pero atropellaron a Joao y mi corazón se silenció. No tenía ganas de dar gracias, a pesar que Joao no murió sino se recuperó. A pesar que volví a ver su sonrisa luego de unos días de dolor. Esa sonrisa ancha y blanca en el rostro de mi morenito.


Pero mis palabras, ¿qué son mis palabras finitas y frágiles frente a la suya? Frente a esa poderosa palabra. ¿Acaso no nos advirtió que en el mundo tendríamos aflicción pero que confiáramos porque El había vencido al mundo? Y aunque me rehúse a recordar sus palabras, a volver a escucharlas, resuenan y resuenan desde mi interior: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del sol tiene su hora. Tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado”…

Sí, Dios ¡qué bien describiste nuestro tiempo finito en este mundo que nada tiene que ver con tu eternidad maravillosa! Aquí se siente tan breve el tiempo, tan fugaz, que solamente anhelamos vivir y vivir y no queremos ni pensar en el tiempo de la muerte. Pero tú has planeado una eternidad para nosotros, y olvidamos con el dolor que esa muerte es la entrada a tu casa, al lugar que has preparado para los que amas y que allá es una realidad hermosa porque tu presencia todo lo llena, porque bien que no has descrito que no necesitaremos ni del sol porque tú resplandeces y todo lo iluminas, hasta nuestras almas cansadas cuando lleguemos ante ti sentirán tu calor. Y allá todo lo transformas, el llanto en gozo, la enfermedad y el dolor desaparecen, sin embargo nos resistimos a irnos contigo, nos aferramos a esta vida porque es lo único que conocemos, que podemos ver hoy con nuestros ojos.

Y luego me recuerdas: “tiempo de llorar y tiempo de reír, tiempo de endechar y tiempo de bailar”….de pronto descubro que me has hecho reír tanto, que ni yo misma creía que aquel eco juguetón era mi risa ¿Por qué no puedo aceptar entonces el tiempo de las lágrimas?

“Tiempo de callar y tiempo de hablar” y tal vez hasta amaste mi silencio, o simplemente aguardabas como el padre amoroso que me volviera a ti y te reiterara mi confianza, que te dijera que a pesar de lo incomprensible seguía creyendo en ti como ese Dios soberano y misericordioso, que no se equivoca. Es que es tan difícil Dios aceptar lo que no entendemos, creaste seres que siempre queremos tener el control de todas las cosas. Pero ahora me recuerdas que es tiempo de hablar, de pedirte perdón, de arrodillarme y confesarte que una vez más fruncí el ceño y ofendí tu santidad…

“Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin”… y reconozco que no tengo por qué entenderlo todo, ni tú tienes porque darme explicaciones. Que yo soy el barro y tú el alfarero, aunque sé que de todas maneras cuando llegue ante ti te preguntaré algunas cosas…aunque tal vez no tenga que preguntarte porque ya las habré entendido. Porque tu misericordia es tan grande, y oh Dios ¡cuánto conozco de ella, cuánto he experimentado de tu misericordia! Y solamente al postrarme ante tu trono me doblegará la convicción de tu perfección y de la eternidad de tus planes que ahora parecen incomprensibles. Y sé que esa música que escucho son tus palabras. Las tenía grabadas en mi corazón. Y fluyen y fluyen como una catarata inmensa que resuena al caer. Y siguen sonando poderosas y tiernas. No tengo el poder de callarlas, mucho menos de negarlas. Porque “He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá; y lo hace Dios para que delante de él teman los hombres”…

Y caigo postrada en la tierra frente a tu majestad y la grandeza de tus palabras porque :
“Aquello que fue, ya es; y lo que ha de ser, fue ya; y Dios restaura lo que pasó”.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Había leído ya el año pasado esta publicación y cuando la leí pude comprender muchas cosas y hoy que vuelvo a leer estas lineas, recuerdo tanto lo pasado...recuerdos que se guardan en lo profundo del corazón, que yo jamás olvidaré.