UNA LECTURA DIFERENTE DEL HOLOCAUSTO JUDÍO

martes, 3 de agosto de 2010

Un breve comentario a la lectura de la novela Por Patricia Adrianzén de Vergara EL NIÑO CON EL PIJAMA DE RAYAS
Tardé un poco en tomar la decisión de leer "El niño con el pijama de rayas" del irlandés John Boyne. Tenía el libro frente a mí con su sobria portada de rayas de un verde descolorido. Sabía que era la parte de la historia humana más trágica y denigrante, la página negra de la humanidad, que si fuera posible desearíamos borrar de la historia. O pensar que nunca sucedió, pues revela hasta dónde es capaz de descender el corazón humano, los niveles de salvajismo y crueldad, hasta dónde es capaz de llevarnos la altivez, el odio y la soberbia. Aún no hemos inventado el adjetivo adecuado para calificar el holocausto judío. Aún no hallé la forma de leer sobre aquello o ver un documental sin tener esa sensación de impotencia de no poder hacer nada frente a algo que parece ficción pero fue real: el exterminio sistemático de más de seis millones de judíos.
Cogí el libro y al leer las palabras del editor en la contratapa comprobé que ante este tema no sólo yo elegía el silencio. Dice así:

"Estimado lector, estimada lectora:
Aunque el uso habitual de un texto como éste es describir las características de la obra, por una vez nos tomaremos la libertad de hacer una excepción a la norma establecida. No sólo porque el libro que tienes en tus manos es muy difícil de definir, sino porque estamos convencidos de que explicar su contenido estropearía la experiencia de la lectura. Creemos que es importante empezar esta novela sin saber de qué se trata. No obstante, si decides embarcarte en la aventura, debes saber que acompañarás a Bruno, un niño de nueve años, cuando se muda con su familia a una casa junto a una cerca. Cercas como ésa existen en muchos sitios del mundo, sólo deseamos que no te encuentres nunca con una".
Y es a través de los ojos de un niño alemán que el autor nos traslada al campo de concentración y hasta la cámara de gas.

El libro narra la amistad secreta que surge entre Shmuel y Bruno, un niño judío y un niño alemán, cuyos mundos paralelos se desmoronan casi al mismo tiempo. El mundo de Shmuel porque es desintegrada su familia y trasladada al campo de concentración. Y el mundo de Bruno porque inesperadamente tiene que dejar su hogar en Berlín para mudarse a Auschwitz.

Es curioso que el autor plantea la amistad del niño alemán con el niño judío como la tabla de salvación para la sobrevivencia de ambos. En el caso de Bruno, encontrar un amigo en ese lugar solitario era lo más significativo para su vida , y al mismo tiempo el medio por el cual Shmuel puede encontrar consuelo y un poco de alimento.
Sin embargo Shmuel, quien vive la crudeza del maltrato nazi y es más conciente de la realidad, no le explica a Bruno, en qué consiste el trabajo de Comandante de su padre. Bruno no entiende la diferencia entre la estrella de David y el símbolo nazi, vive una fantasía constante y cree que Shmuel está mejor del otro lado porque allí hay varios niños con los que puede jugar. Bruno no entiende nada de nada, sobre todo por qué los que están del otro lado de la cerca nunca se cambian el pijama de rayas. Resulta también curioso que el personaje niño ignore todo el tiempo la realidad mientras el lector, a quien no se le dice tampoco qué está sucediendo, esté plenamente conciente de qué trata la historia y no necesite ninguna explicación, ni siquiera del nombre del lugar donde suceden los hechos que es cambiado por el niño, aunque no se mencione quien es el Furias, ni en ningún momento los personajes comenten en qué consiste la misión del padre. El pijama de rayas es un elemento fundamental que vincula al lector con la historia real.
Y es por usar ese pijama, por el anhelo de ayudar a su amigo que Bruno cruza la cerca y aún sin darse cuenta desde el otro lado es dónde descubre y confiesa lo importante que era para él esa amistad:
"Y lamento que no hayamos podido jugar, pero lo haremos cuando vayas a visitarme. En Berlín te presentaré a...¿cómo se llamaban? -se preguntó, y sintió frustración porque se suponía que eran sus tres mejores amigos para toda la vida, pero ya se habían borrado de su memoria. No recordaba ni sus nombres ni sus caras-, En realidad- dijo mirando a Shmuel-, no importa que me acuerde o no. Ellos ya no son mis mejores amigos.
Miró hacia abajo e hizo algo poco propio de él: le tomó una diminuta mano y se la apretó con fuerza.
-Tú eres mi mejor amigo-dijo . Mi mejor amigo para toda la vida.
Bruno no sabía que la vida se extinguiría en breve, que una amistad así era imposible, que pronto se diluiría o sería tan volátil como el gas:
"Entonces la larga habitación quedó a oscuras. Pese al caos que se produjo, de algún modo Bruno logró seguir sujetando la mano de Shmuel; no la habría soltado por nada del mundo".
Esperemos que la conclusión del autor sea verdad, que sea imposible que la historia vuelva a repetir un acto de esta naturaleza:
"Y así termina la historia de Bruno y su familia. Todo esto, por supuesto, pasó hace mucho, mucho tiempo, y nunca podría volver a pasar nada parecido. Hoy en día, no".
No sé si esta conclusión es una afirmación o una ironía. Pues no estoy tan segura que no corramos el riesgo de una tercera guerra mundial. No estoy tan segura que no surja otro loco con aires de grandeza que tenga el poder de manipular la mente humana. El genocidio nazi nos revela la maldad del corazón humano, Dios nos guarde que en algún otro momento de la historia el hombre vuelva a creerse dueño de la vida.
La novela concluye con el silencio. Con el silencio del nazi que es castigado. Con la ironía de la maldad que se vuelve contra uno mismo. Ironía y silencio. Y los lectores también nos silenciamos.

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