LIBRO "ABRAZADAS"

martes, 17 de mayo de 2011



Comentario del libro “Abrazadas”

Por Elsa Chignee Campos



Este maravilloso libro tocó las fibras más sensibles de mi alma. Me pregunto. ¿Cómo será en aquellas que han sufrido el abuso? Yo no lo viví, pero a medida que leía el manuscrito, iban desfilando los pequeños rostros de Alicia, Nancy, Teresita, Rebeca, y muchas otras. Ninguna pasaba de los nueve años. Y así mismo, de niños, como Juan Julio, Manuel, Iván quienes fueron rescatados, en nuestro albergue, fundado para este fin y con quienes mantuve una relación personal. Me impresiona el acierto que la autora hace de la problemática, pero lo más rescatable es la solución a ella, que deviene de la Palabra de Dios y es por eso que ofrece consolación esperanza y vidas restauradas.



Situaciones y rostros cercanos, identificadas en la convivencia en nuestro albergue, como expresiones de vida, resultaron más contundentes que las apreciaciones psicológicas de un profesional, en un comienzo. Pudimos entender la causa del dolor, la impotencia del reclamo, y los anhelos de liberación, traducidas en rebeliones y peleas, en pesadillas nocturnas, en constantes escapadas de la escuela y del albergue, como en inapetencias o enuresis nocturnas.



Como refiere la autora muchos libros abordan el tema, pero ¡qué distinto es tener el libro abierto de una vida en crisis! Toda lectura secular, terapéutica en estas especialidades, que abordamos nos dieron parte del conocimiento, al tener inmediata necesidad de buscar, tratamiento a estas vidas en crisis. Pero gracias a Dios que tuvimos el recurso de la oración, y la fe, de saber que la obra de restauración la hace el Señor y en eso confié.



Mientras recorría las páginas de “Abrazadas” despertaba en mi interioridad, la identificación con ese sufrimiento real, que sin ser mío, tangiblemente, lo hice propio por empatía y acompañamiento. Sin embargo, lo más significativo del libro es el mensaje de esperanza, de sanidad, de ese afecto imperativo, prolongado y trascendente, que solo puede darlo el Dios de toda justicia. Quiero creer que nuestro trabajo no fue en vano y que las Alicias abandonadas, que pasaron por mi vida, sean “las jovencitas, hermosas, vestidas con las mejores ropas y de huérfanas hayan pasado a reinas” por la acción maravillosa de Dios, como magistralmente describe Keila Ochoa.



No es fácil ver de cerca a una sociedad dolida, pero sin compromiso, aun a ciertos magistrados insensibles, minimizando el daño, con actitudes que gritan en su interior, “eso se ve todos los días” legitimando conductas reprobables. La razón, es que la restauración de esas vidas resulta muy costosa e implica compromiso e inversión en el sistema y en las personas. Una mirada fría de estos líderes, es que los niños, “no producen” por eso se posterga toda inversión. Como solución final terminan, muchas veces devolviéndolos a los hogares maltratantes, sin comprobar la superación de la crisis.



Este libro, tiene relevancia porque vemos el actuar de Dios lleno de amor y compromiso con las víctimas. Como la autora precisa, si bien Dios no habla directamente del abuso, sin embargo, Dios empieza este proceso pedagógico, dándole un rostro humano a su pueblo. Advertimos, su paciencia interminable, su misericordia entregada por amor, para sellarlo con el abrazo del Padre, que las víctimas anhelan, como el sediento ciervo, que los Salmos nos relatan, cual imagen lacerada por la sed interior.



Allí esta el Padre, dolido, ofreciéndoles restauración de vidas, arrancando los eslabones reincidentes de la esclavitud en cadena, que como un cáncer, repiten lo que hicieron con ellos y ellas. Mas adelante, los lleva a ocupar una “situación privilegiada” nos dice Keila, cambiando en sonrisas los ceños fruncidos, en cánticos nuevos los lutos del alma, como cuando las “raíces son arrancadas de la palmeras, para convertidas en joyas preciosas” ratifica la autora.



Este libro no se puede dejar de leer y hasta tenerlo como un manual de encuentro y consulta, para todos aquellos que trabajan con niños, para todo consejero eclesial y aun más, las puertas de la Iglesia deben aperturarse y no estar clausuradas cuando el delito se comete. Somos los embajadores de Dios para ejercer justicia. Nuestro reto continúa, poniéndonos en la brecha por las víctimas, teniendo una voz actualizada y firme, buscando restauración a las que sufren humillación y les robaron su inocencia tempranamente. Es caminar de la mano, identificadas con la compasión de Jesús.



Gracias Keila porque junto al quebrantamiento que la lectura produjo en mi, también surgió la gratitud inmensa a Dios por las veces que me dirigió en la búsqueda de soluciones de crisis existenciales.





Keila Ochoa Harris (Escritora mexicana)

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