No sólo en Octubre hay Milagros
Por Patricia Adrianzén de Vergara.
“Un milagro es una intervención sobrenatural en el mundo externo, que aporta una revelación singular de la presencia y del poder de Dios”.
Por Patricia Adrianzén de Vergara.
“Un milagro es una intervención sobrenatural en el mundo externo, que aporta una revelación singular de la presencia y del poder de Dios”.
¿Experimentaste alguna vez esta intervención sobrenatural de Dios? ¿Sucedió algún milagro en tu vida? ¿Crees en el poder de Dios? Todo hombre y mujer en algún momento de su vida pide un milagro. Muchos obtienen respuesta, otros fuerzan las circunstancias o las interpretan de tal forma que pueda parecer que en realidad sucedió lo que esperaban. Otros más radicales niegan toda posibilidad de un obrar sobrenatural de Dios.
Entre los últimos se encuentra Oswaldo Reynoso, una de las voces más representativas de nuestra narrativa peruana, quien escribe una novela irreverente y contestataria titulada “En Octubre no hay Milagros”. En esta novela Reynoso critica una religiosidad inauténtica, de apariencia, llegando al extremo de presentar la tradicional procesión de “El Señor de los Milagros” que cada año se da en la ciudad de Lima, como un festín, una feria, un teatro de voluptuosidades en la que devotamente desfilan personajes corruptos. Tal vez Reynoso se excede en su crítica al sistema religioso y sobre abunda en relatar obscenidades e inmoralidades; pero a la vez nos encontramos con una obra que sondea las profundidades del alma del hombre sin Dios y sin Cristo, que concibe por un instante sólo a un Dios castigador.
El concepto de Dios que comunica Reynoso en su obra, se limita a una imagen a quien se le piden favores o “milagros” de acuerdo a los voluptuosos corazones y deseos impuros de los protagonistas. Para Reynoso se trata de un fraude que se utilizó para mantener por muchos años en subordinación los esclavos y un engaño total porque hay un divorcio entre la vida y la práctica religiosa de quienes aparentan devoción pero viven sin ética. No hay Dios ni milagros, la única esperanza está delegada en los hombres que quieren cambiar el mundo pero solos no pueden, por lo cual hace un llamado a unir fuerzas. Muchas susceptibilidades han sido heridas por el tema de esta novela y se le ha atribuido una intencionalidad político-antirreligiosa[1]. Pero si lo miramos desde otro punto de vista podemos percibir que Reynoso reclama un poder transformador auténtico en las vidas de las personas y sus circunstancias. ¿Está reclamando un cristianismo real que se evidencie en la vida y conducta de las personas que se identifican con Dios? El fracaso de la rebeldía individual que propone en un personaje que se arroja contra la imagen para escupirla, y su llamado a la solidaridad y a unirse a las filas militantes de la izquierda, ¿es el llamado del hombre que anhela el milagro de una sociedad sin corrupción? ¿El llamado a la acción social, es un llamado de angustia? ¿Es el anhelo por el milagro más grande en el cual no cree: la transformación del corazón del hombre? Como escribe: “…en la política sólo existen las ambiciones personales, el acomodo, y siempre será así, el hombre por naturaleza es egoísta, nunca cambiará”. [2] Nosotros sabemos que ese es justamente uno de los más grandes milagros. Que Cristo obra con su poder transformador en las vidas de hombres y mujeres que le aceptan como su Dios y Salvador personal. Y que el hombre sí puede cambiar.
¿Existen los milagros? La Biblia tiene referencias constantes a la actividad del Dios vivo en la naturaleza. Hay muchas palabras griegas y hebreas que se traducen diversamente como “milagros”, “maravillas”, “señales”, “poderosas obras”, “poderes”; acontecimientos que revelan de forma dramática esa naturaleza viva, personal de Dios, que está activo en la historia como un Redentor que salva y guía a su pueblo. Basta revisar pasajes como los siguientes:
“¿O ha intentado Dios venir a tomar para sí una nación de en medio de otra nación, con pruebas, con señales, con milagros y con guerra, y con mano poderosa y brazo extendido, y hechos aterradores como todo lo que hizo con vosotros Jehová vuestro Dios en Egipto ante tus ojos?” (Dt 4:34)
Ciertamente la historia del pueblo de Israel está ligada a la actividad de Dios como distintiva, maravillosa, portentosa, poderosa y significativa. Estos milagros y hechos maravillosos serían repetidos por los padres hacia los hijos de generación en generación. Sin embargo, muchos de ellos reaccionaron con incredulidad, lo cual ofende el corazón de Dios quien dice: “Hasta cuándo no me creerán, con todas las señales que he hecho en medio de ellos? (Núm 14:11) Hoy Dios tendría todo el derecho de seguir sintiéndose ofendido, ya que aparte de la incredulidad, la gente en su búsqueda desesperada de respuestas a los problemas de la vida, acude a fuentes de poder ocultistas en busca de milagros. Dios bendice a la humanidad, pero en vez de reconocer su amor y su poder se atribuyen “los milagros” a chamanes, brujos, adivinos, a “santos” creados por la imaginación popular. En el Perú tenemos casos de santos inventados que tienen tal arraigo en la mente de nuestros compatriotas que muchos de ellos han llegado a beber el agua podrida de la tumba de una muerta supuestamente santa en busca de sanidad y “milagros” particulares. ¿Por qué buscamos poder fuera de Dios? ¿Por qué no acercarse a un Dios real y verdadero? ¿Por qué no honrar al Dios de los milagros? La Biblia revela que la totalidad de la creación depende en forma constante de la actividad sostenedora de Dios, y está sujeta a su voluntad soberana : “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles…Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten”…(Col 1:16-17)
¿Por qué no reconocer y darle cada día gracias por el milagro de la vida al autor de la vida? ¿Por qué nos es tan difícil descifrar el mensaje poderoso que revela su creación? “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles”. (Rom 1 20-23)
A través de generaciones hemos permitido que la gloria de Dios sea trastocada. Hemos ofendido su majestad. Hemos experimentado sus milagros y bendiciones y permanecimos indiferentes. Dios hace milagros en nuestras vidas: para alimentar nuestra fe, para que ampliemos y profundicemos nuestro conocimiento de él, para autenticar su palabra, para que su reino siga siendo proclamado. Quienes creemos en un Dios personal podemos reconocer sus milagros. Hemos experimentado la actividad regeneradora del Espíritu Santo y podemos decir como el ciego de nacimiento, quien inesperadamente tuvo un encuentro con Jesús, la luz del mundo: “Una cosa sé, que yo era ciego y ahora veo” (Jn 9:25). [1] Francisco Interdonato. El Ateísmo en el mundo actual. Pg 154-157 [2] Oswaldo Reynoso. En Octubre no hay milagros. Pg 173.
1 comentarios:
Excelente estudio!!!
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