Por Patricia Adrianzén de Vergara
LÁGRIMAS EN LA LLUVIA
Rosa Montero (Seix Barral)
Cuando escogí leer “Lágrimas en la Lluvia” de Rosa
Montero, no imaginé que estaría frente a una
novela de ciencia ficción. Saboreaba aun el recuerdo de algunas frases
memorables de “La loca de la casa”, como esta:
“Escribir, en fin, es estar habitado por un
revoltijo de fantasías, a veces perezosas como las lentas ensoñaciones de una
siesta estival, a veces agitadas y enfebrecidas como el delirio de un loco. La
cabeza del novelista marcha por sí sola; está poseída por una suerte de
compulsión fabuladora, y eso a veces es un don y en otras ocasiones es un
castigo”.[1]
Y esta: “Regresamos así a la imaginación. A esa loca
a ratos fascinante y a ratos furiosa que habita en el altillo. Ser novelista es
convivir felizmente con la loca de arriba. Es no tener miedo de visitar todos
los mundos posibles y algunos imposibles… los narradores somos seres más
disociados o tal vez más conscientes de la disociación que los demás. Esto es,
sabemos que dentro de nosotros somos muchos…ser novelista te permite no solo
vivir otras vidas, sino también inventártelas…La novela es la autorización de
la esquizofrenia.”[2]
Dando rienda suelta o dejándose poseer por esa “loca
de la casa”, en esta ocasión Rosa Montero crea una sociedad futurista,
ambientada en Madrid, en el año 2109,
donde conviven en la tierra seres humanos, con replicantes (androides),
robots y hasta seres de otros planetas (nombrados despóticamente bichos). Una
sociedad inestable donde se evidencia una vez más las debilidades y ambiciones
del poder político, el caos social, la búsqueda de la identidad y la lucha por
la supervivencia.
Bruna Husky, el personaje principal es una replicante,
una detective tecno humana, que se ve envuelta en una trama de alcance
universal. Un ser solitario, con
extraordinarias condiciones físicas, pues ha sido entrenada para la lucha, pero
con un mundo interior en constante conflicto. Empezando por su soledad: “Los
androides eran seres solitarios, islas habitadas por un solo náufrago en medio
de un abirragado mar de gentes”.[3]
Y esto es lo primero que llama la atención en la
novela, desde la primera página, la descripción de un ser creado para el
servicio de los humanos, de una réplica, que con el tiempo lograron conquistar
sus derechos en una sociedad desigual. Montero logra crear un personaje con una
fuerza psicológica y un realismo impresionante. Al punto que podemos
identificarnos con su angustia y su conflicto interior. No es totalmente humana
aunque física y psicólogicamente se asemeja mucho. La novela termina siendo una
búsqueda personal del sentido de la vida y su propia identidad.
Bruna es una replicante, pero a la vez
paradójicamente, un personaje sumamente humano, frágil y sensible, con dolor
mental, que evidencia angustia existencial por dos motivos cruciales:
El primero, no tener un pasado verdadero. A los
replicantes se les implantaba una memoria artificial con un pasado familiar
para tener recuerdos a los cuales aferrarse y simular una vida más larga. A
Bruna le habían implantado el recuerdo de una infancia dolorosa, sabía que era
irreal, sin embargo se aferraba a ella. En determinado momento tiene la
tentación de borrar esa memoria pero no lo hace pues peor sería el vacío, así
que no cede cuando se encuentra frente al negocio que ofrecía: “Borrado de
memoria selectivo desde 300 gaias, pregonaban las letras luminosas del
escaparate, aunque Bruna sabía que deshacerse de los recuerdos largos y
complejos que afectaban a diversas zonas del cerebro”.[4] Luego sufrirá un gran impacto cuando descubre que su memoria
falsa, era la realidad de alguien que la había creado a su imagen y semejanza
poniendo en ella todos sus recuerdos. Este hecho afecta profundamente su identidad. Se pregunta si había heredado de
aquel hombre también sus impulsos asesinos y sus rasgos negativos. Esta
interrogante me confrontó personalmente, con la idea de un Dios Creador, que
nos da su imagen y semejanza. Y en quien encontramos no solamente un sentido de
identidad sino de dignidad.
El segundo motivo de angustia era saber casi con
exactitud la fecha de su muerte. Los replicantes solo vivían 10 años, pues
antes de llegar a esa edad les aparecía un tumor para el cual aun no se había
encontrado cura. Bruna ansiosamente cuenta cada día el tiempo de vida que le
queda. Inicia la novela contando cuatro años, tres meses y veintinueve días. Y
durante toda la novela va descontando los días. La cercanía de la fecha de su
muerte no le permite ser feliz ni vivir a plenitud. Siente que tiene un destino
injusto frente a los seres humanos que pueden disfrutar de mayor longevidad que
sus míseros diez años.
A lo largo de la novela Bruna lucha con enemigos
secretos y misteriosos, tiene que desenredar un complot contra ella y contra su
género. Pero su mayor contrincante resulta ser el tiempo que la aproxima a la
muerte. Desde la primera frase de la novela: “Bruna despertó sobresaltada y
recordó que iba a morir. Pero no ahora”[5]; somos partícipes de esa angustia y esa lucha.
¿Cómo nos sentiríamos nosotros si nos fuera dado conocer la fecha de nuestra muerte?
El argumento de la novela “Las intermitencias de la muerte” de José Saramago,
trata este tema de una manera muy peculiar. En principio, en su ficción,
Saramago anula por un tiempo el poder de la muerte, esta decide primero no
matar “darse unas vacaciones”, y en aquella ciudad nadie muere, creando un caos
social. Pero luego, la muerte, decide mejor avisar una semana antes a la
víctima pensando que así ésta tendría la oportunidad de arreglar sus asuntos
legales, personales, familiares, etc. Pero los seres humanos reaccionan al
revés de lo esperado y en vez de saldar con los demás sus cuentas personales y
dejar todo arreglado, se entregaban a un desenfreno total, a vivir los placeres
asumiendo que así hacían una mejor inversión de las pocas horas que les
quedaban de vida. Saramago expresa así una vez más la desilusión en el ser
humano que desperdicia hasta las últimas oportunidades a cambio de un estilo de
vida hedonista aun ante las puertas de la muerte.
Rosa Montero trata también el tema de la desilusión
en la humanidad. Pero crea a una heroína que no cede al chantaje ni a la
corrupción del sistema cuando le ofrecen más años de vida. Aunque siente la
tentación. La novela gana así
éticamente. Aunque Bruna Husky termina siendo un ser solitario y desilusionado.
No me parece gratuito que Rosa
Montero haya iniciado su novela con una cita del Eclesiastés:
“Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo
que se hace bajo el cielo:
un tiempo para nacer,
y un tiempo para morir;
un tiempo para plantar, y un tiempo para cosechar;
un tiempo para matar, y un tiempo para sanar;
un tiempo para destruir, y un tiempo para construir;
un tiempo para llorar, y un tiempo para reír;
un tiempo para estar de luto, y un tiempo para saltar de gusto;
un tiempo para esparcir piedras, y un tiempo para recogerlas;
un tiempo para abrazarse, y un tiempo para despedirse;
un tiempo para intentar, y un tiempo para desistir;
un tiempo para guardar, y un tiempo para desechar;
un tiempo para rasgar, y un tiempo para coser;
un tiempo para callar, y un tiempo para hablar;
un tiempo para amar, y un tiempo para odiar;
un tiempo para la guerra, y un tiempo para la paz.” (Eclesiastés 3:1-8)
un tiempo para plantar, y un tiempo para cosechar;
un tiempo para matar, y un tiempo para sanar;
un tiempo para destruir, y un tiempo para construir;
un tiempo para llorar, y un tiempo para reír;
un tiempo para estar de luto, y un tiempo para saltar de gusto;
un tiempo para esparcir piedras, y un tiempo para recogerlas;
un tiempo para abrazarse, y un tiempo para despedirse;
un tiempo para intentar, y un tiempo para desistir;
un tiempo para guardar, y un tiempo para desechar;
un tiempo para rasgar, y un tiempo para coser;
un tiempo para callar, y un tiempo para hablar;
un tiempo para amar, y un tiempo para odiar;
un tiempo para la guerra, y un tiempo para la paz.” (Eclesiastés 3:1-8)
Una cita de un libro escrito por un
hombre que también saboreó la desilusión aunque lo tuvo todo. Pero vivió lo
suficiente y cometió los suficientes errores como para comprender la vaciedad y
el sin sentido de la vida cuando no hay fe. Montero toma esta referencia que
alude que hay un tiempo para todas las vicisitudes de la vida, empezando por
nacer y morir. El tiempo, el tiempo que se escurría de las manos.
Si desde el pasado, en la expresión del pensamiento
griego la vida es una lucha (La Iliada) y un camino o un largo viaje (La
Odisea). Rosa Montero sitúa a Bruna Husky en un constante escenario de lucha:
lucha por la supervivencia, lucha por la identidad, por encontrarse a sí misma,
en un camino sinuoso, de traición y desconfianza, donde no hay fe.
La ausencia
de Dios es notable tanto como el concepto de eternidad frente a un panorama
cada vez más desalentador. Si algo caracteriza también a “Lágrimas en la lluvia”
es la ausencia de la fe. Ausencia de una fe trascendente y ausencia de fe en el
ser humano. La duda impera aun en las relaciones interpersonales porque hasta
el final otros personajes como su amigo Yiannis es traicionado y la misma Bruna
no se sabe en quien definitivamente puede confiar.
Resulta conmovedor y aleccionador el final, que una
rep condenada a muerte, salve la vida justamente de este amigo, quien esperaba
su turno en la recepción de la empresa de eutanasia que operaba en Madrid. Y que ambos derrotados y desilusionados puedan
unirse finalmente en una breve esperanza antes del fin del mundo. Porque el ser
humano siempre se aferrará a la esperanza por más tenue que sea su luz, aunque
derrame lágrimas en la lluvia.
[1]
Rosa Montero. La loca de la casa. Pg 19
[2]
Rosa Montero. La loca de la casa. Pg 27-28
[3]
Rosa Montero. Lágrimas en la lluvia. Pg 29
[4]
Rosa Montero. Lágrimas en la lluvia. Pg 355.