¿Se imagina usted cómo sería su vida si repentinamente quedara ciego? ¿Quién le tendería la mano? ¿Quién lo ayudaría a satisfacer sus necesidades primordiales? Y si fuera su vecino quien quedara ciego, ¿qué haría usted por él?
La ceguera se define como la pérdida total de la vista, la imposibilidad de ver. Una limitación física que influye profundamente en el desarrollo personal del individuo, que muchas veces impulsa a la persona al aislamiento. Pero generalmente son los que lo rodean quienes aíslan al invidente con la indiferencia o falta de solidaridad.
El individualismo se define como el aislamiento y egoísmo de cada cual en sus intereses. Una especie de ceguera hacia las necesidades de los demás. Hoy en día el individualismo crece como un contagio, se ha levantado una ola de egoísmo narcisista que exacerba el culto al ego y a la realización personal. Se da prioridad absoluta a lo propio inmediato y cotidiano.
“Ensayo sobre la ceguera” es un libro de José Saramago publicado en 1995 que narra una serie de hechos ocurridos a partir de un fenómeno inusual: la ceguera de toda una ciudad, tal vez un país (ya que el autor no delimita las fronteras territoriales) pero sí describe el accionar del gobierno frente a una especie de ceguera blanca que empieza en un hombre y corre como una epidemia hasta dejar ciega a toda la población. La novela narra las limitaciones y los sentimientos de impotencia y miedo de los primeros ciegos, las relaciones de poder que se van conformando, las injusticias, el maltratado, el abuso contra la dignidad humana hasta sacar a relucir las peores conductas y sentimientos que pueden aflorar en una situación de emergencia como la que su ficción crea.
“Ensayo sobre la ceguera” termina siendo sin proponérselo un reflejo del corazón humano. Al principio se intenta aislar a los primeros ciegos, pero el temor del contagio hace que algunos de ellos sean eliminados. Al ir quedando ciega paulatinamente toda la población, las empresas quedan sin empleados y los servicios básicos de agua y luz también son suspendidos. Muy pronto la vida se convierte en una lucha individualista desesperada por la supervivencia y el mundo en un escenario putrefacto y maloliente pues los ciegos deambulan por las calles y hacen sus necesidades fisiológicas en cualquier lugar. Los supermercados son saqueados, las casas habitadas por la fuerza por transeúntes ciegos de turno, cada uno tiene que ver por su vida y supervivencia. A excepción de una sola mujer, esposa de un oftalmólogo, que no pierde la vista y ayuda a sobrevivir en medio de un sinnúmero de circunstancias terribles a un grupo de seis personas. Esta mujer, la única que evidencia sentimientos solidarios es llevada al asesinato por circunstancias extremas. La novela nos confronta así directamente con la forma en que nuestra naturaleza humana y nuestro corazón reaccionan frente a circunstancias que trascienden los límites.
Más allá de la ficción “Ensayo sobre la ceguera” retrata el individualismo característico de nuestra sociedad posmoderna. Al leer esta novela me estuve preguntando si en estos tiempos que nos ha tocado vivir, el individualismo no es también como una especie de ceguera colectiva que no nos permite ver más allá de nosotros mismos. Cuando cada cual busca su propio bienestar sin pensar en los demás. Cuando lo importante es la realización personal y vivir para sí mismo. Cuando las premisas que parecen regir la vida son: “Ámate a ti mismo” “Satisface tus propias necesidades”, “Busca tu realización personal”… todo esto sin preocuparnos si en el proceso atropellamos al otro.
La indiferencia frente a las necesidades de los demás y al estado de nuestra sociedad revela que cada vez nuestro corazón se adapta más a no mostrar interés o afecto por lo que los demás viven. Somos como ese sacerdote y ese levita que pasaron de largo sin auxiliar al hombre que había sido asaltado por ladrones en el camino, en la parábola del “Buen Samaritano” que narró Jesús. (Lucas 10:25-37)
Recuerdo con mucha tristeza una ocasión en que el bus en que viajábamos con mi esposo entró en una calle en sentido contrario y atropelló a una anciana. La pobre mujer estaba tirada en medio de la pista y nadie la auxiliaba. Mi esposo y yo intentamos parar varios autos y le ofrecíamos dinero para que llevaran a la anciana a un hospital, pero nadie quería comprometerse. Lo peor fue que al dar la vuelta veíamos descender del bus al resto de los pasajeros, todos reclamando el dinero del pasaje, preocupados por llegar a su destino, pidiendo enojados la devolución de “un sol”, sin importarles el estado de la anciana quien en esos momentos libraba una lucha entre la vida y la muerte por la imprudencia de un chofer, a quien no le importó transgredir las reglas de tránsito por llegar antes a su destino.
El mundo está lleno de personas que son ahora atropelladas y nadie las defiende. Las relaciones de poder que nuestra sociedad permite, las injusticias sociales, las relaciones familiares quebradas, las extremas condiciones de pobreza en la que viven la mayor parte de nuestra población frente a nuestra indiferencia, etc ¿no son evidencia del individualismo imperante?
Cristo definió a su iglesia principalmente como una comunidad. Como el espacio donde es posible la convivencia en armonía, equidad y justicia. Somos la comunidad del Rey y nuestro testimonio de amor verdadero debiera dar evidencia de ello. Somos llamados a impactar y transformar la sociedad con un mensaje de unidad, somos llamados a servir, “porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido sino para servir y dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45) Las palabras de Jesús y su ejemplo debieran ser nuestra consigna personal y colectiva. Somos un pueblo “salvado para servir”, no hay duda respecto al rol social de la iglesia: “porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10)
En este siglo XXI, Jesús sigue llamándonos a “Amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos”. (Lucas 10:27) Cerraremos nuestros ojos, levantaremos nuestros hombros para preguntarle “¿Quién es mi prójimo?”. O estaremos dispuestos a darnos, a amar, a compartir, a defender, a levantar nuestra voz por el que sufre, a abrazar al pobre y abatido. Porque de lo que tenemos damos (Hechos 3:6) y aquello que hemos recibido por gracia debemos dar también por gracia (Mateo 10:8).
Únete al ejército de Cristo, combatamos juntos la indiferencia, hagamos presencia en la sociedad, abramos nuestros ojos y miremos más allá de nosotros mismos, más allá de nuestras fronteras eclesiales, porque allí está el mundo que necesita creer, sanarse y restaurarse. Es la mejor forma de combatir el individualismo que impera en esta época y demostrar que no estamos ciegos sino por el contrario nos alumbra la luz de Cristo.
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