Ediciones Verbo Vivo en Quito

jueves, 12 de agosto de 2010

Registraré luego la experiencia. Por lo pronto un registro visual de nuestra visita.

 ¡Cuál no sería mi sorpresa a encontrar a jóvenes lectores de mis libros, en el breve tiempo de descanso entre el almuerzo y las conferencias! Mi esposo no resistió la tentación de tomarles las fotografías. 






Entrevista en la Radio

El tema de la mujer, uno de mis predilectos, fue abordado.

Revisando los libros de la serie "Mujeres Valiosas" 






CUMPLEAÑOS DE PRIMERA CLASE



“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo”… (Efesios 1:3)



Nada parecía indicar que este sería un día especial. Cumplía cuarenta nueve años y estaba por regresar de otro país luego de un evento. Había tenido la oportunidad de dar a conocer mi producción literaria durante cinco días y me sentía muy bendecida por la respuesta que había recibido del público lector. Volvía a reconocer la gracia de Dios en mi vida.



Antes de partir, al preparar las maletas y organizar el equipaje, recién caí en la cuenta que había editado ya veinticuatro títulos, de los cuales era autora de doce. Me sorprendí que hubiéramos crecido tanto como editorial, cada libro era para mí como un hijo. Cada uno demandó su cuota de esfuerzo, dedicación y hasta dolor. Pero estaban allí y eran reales y por causa de ellos eran la mayoría de mis viajes. En el evento, durante las conferencias, tuve la oportunidad de alternar con mucha gente, recibir sus impresiones, aún captar sus necesidades y volví a sentirme muy agradecida por el privilegio de comunicar la palabra de Dios a través de la página impresa. Observaba a las mujeres especialmente comprando mis libros, y pensaba que sin conocernos personalmente iba a tener con cada una de ellas un diálogo secreto. Mi mayor anhelo era que en ese diálogo, cada una de ellas pudiera entender el amor y la gracia infinita de Dios como yo la experimentaba.



El último día, antes de retornar a casa, tenía aún una maleta llena de libros que no quería regresar conmigo. Así que mi esposo y yo decidimos recorrer la ciudad llevando los libros a un par de librerías y a una distribuidora. Fue una mañana atareada y en el trajín olvidé que era mi cumpleaños. Era día sábado y sólo teníamos hasta el mediodía para hacer los contactos pertinentes. Gracias a Dios, logramos repartir todos los libros. Luego regresamos a nuestro hospedaje apurados para recoger nuestro equipaje y salir al aeropuerto. Ya en la sala de espera, mencionaron por el parlante el nombre de mi esposo entre otros pasajeros. Este se acercó y le ofrecieron un asiento en primera clase. Mi esposo solicitó un lugar también para mí, ya que viajaba acompañado. Pero le explicaron que solamente uno de los dos tendría acceso a la primera clase. Entonces él me cedió su asiento y me pidió que lo aceptara como un regalo de cumpleaños.



Jamás había tenido la oportunidad de viajar en primera clase. Te invitan a abordar primero, ni bien ubican tu asiento te ofrecen una bebida, cuelgan tu chaqueta, y te tratan con una amabilidad extrema. A cada instante la azafata se acercaba a preguntarme si no deseaba o necesitaba algo. Lo que deseaba era que mi esposo viniera a ocupar el asiento que estaba vacío a mi lado, pero era en lo único que no podían complacerme.



Miré la ciudad por la ventana antes de despegar y pensé que tal vez Dios deseaba un tiempo a solas conmigo. En medio de un día atareado, no me había dado el tiempo de conversar con él. Ese asiento vacío a mi lado, simbolizó de pronto que alguien solicitaba sentarse conmigo. Pensé que Dios me había llevado a primera clase, el día de mi cumpleaños con un propósito especial. Y me conmovió su ternura.



Había estado tan atareada durante el día que apenas había musitado un “gracias” cuando desperté. Pero no le había agradecido lo suficiente por una vida fabulosa. A los cuarenta nueve años reconocía que tenía una vida de “primera clase”. Había nacido en medio de dificultades, en una pequeña hacienda, en un parto que se complicó. Pero él me preservó la vida. Me dio unos padres a los que amo entrañablemente, y de los que aprendí valores fundamentales para enfrentar la vida. Una familia de primera clase, hermanos y hermanas a los que me siento muy ligada por lazos no solamente de sangre sino de amistad. Pensé en ellos y le agradecí a Dios por esos hermanos de primera clase, las mayores que fueron guardianas de mi infancia y los menores que, en cierta etapa, a mí me tocó proteger y que ahora eran adultos. Recordé algunas de las experiencias que vivimos juntos y sentí que ellos seguían siendo mi regalo.



El avión seguía surcando el cielo a una velocidad increíble mientras iba rebobinando mi vida y reconocía que tenía también un esposo de primera clase. Un hombre que me había amado durante 22 años y con el cual era muy feliz. Unos hijos de primera clase, que no sabía en ese instante, que me estaban esperando en casa con un ramo de rosas rojas. Unos amigos de primera clase, una larga lista por enumerar. Una iglesia de primera clase, un trabajo de primera clase: “porque nadie toma para sí esta honra sino el que es llamado por Dios”. (Hebreos 5:4)



Y todo esto era gratis. Los demás pasajeros habían pagado un boleto más caro para disfrutar de esos privilegios. Pero yo estaba allí como siempre sin merecerlo. Porque así es su gracia y su amor. Y esa gracia es infinita para conmigo.

Pensé en el sacrificio de Jesús. Él pagó por nosotros para que tuviéramos una vida de primera clase. Casi treinta años atrás, yo lo había aceptado como mi Salvador personal y desde entonces mi vida no dejó de ser jamás de primera clase.

El tiempo resultó muy corto para agradecer tantas bendiciones y regalos recibidos estos 49 años. Anunciaron que estábamos próximos a aterrizar cuando a través de mis lágrimas que brotaron de gratitud pude distinguir las luces de mi ciudad.

El vuelo en primera clase concluía, pero mi vida por su gracia continuaba. Esa vida abundante de primera clase que no merezco pero que disfruto por su gracia cada día.





En la Librería ASOMA
en la ciudad de Quito-Ecuador
antes del retorno a casa.

0 comentarios: