ISHA. UN DIARIO DEVOCIONAL PARA TI

jueves, 16 de diciembre de 2010

GRACIA PERSISTENTE



Estamos finalizando un año y a las puertas de iniciar uno nuevo. Si pudieras resumir en una sola palabra tu experiencia con Dios ¿Cuál sería? Como otros años de mi vida, finalizo este y empiezo el nuevo con mi palabra preferida "Gracia". Y es justamente este tema el que da inicio a "Isha. Un diario devocional para ti".

Escribí esta serie de reflexiones surgidas desde la cotidianeidad, de la vida misma, experiencias de mujeres que nos identifican a todas con nuestro Creador. En  cada mes del  año desarrollo un tema, en:
Enero: Gracia,
Febrero: Vida eterna y abundante,
Marzo: Oración,
Abril: Perdón,
Mayo: Familia,
Junio: Comunión,
Julio: Servicio,
Agosto: Dirección divina,
Setiembre: Palabra de Vida,
Octubre: Gratitud,
Noviembre: Misericordia,
Diciembre: Paz.
Te invito a profundizar en estos temas relacionados con los atributos, el carácter de Dios y nuestra relación con Dios, a través de reflexiones semanales. A la vez cada reflexión semanal tiene un estudio de apoyo a desarrollar diariamente durante esa semana. Así que el Diario devocional cubre los 365 días del año. ¿Te atreves a vivir conmigo esta aventura?


Enero 

GRACIA

No hago sino registrar la historia de Su gracia.
Al transitar las calles de esta vida con los ojos repletos de asombro
y los pulmones henchidos de la brisa celestial, en un paisaje humano.
Arriba el cielo inalcanzable y aquí abajo los pasos inciertos de los hombres.
El viento lleva una melodía que escapa de mis labios:
 ¡Cuán grande es Él, cuán grande es Él!
 La certeza de su amor, una luz en medio de la bruma.




 GRACIA SOBRE GRACIA

“El gran amor del Señor nunca se acaba, y su compasión jamás se agota.
Cada mañana se renuevan sus bondades: ¡muy grande es su fidelidad!
Por tanto,  digo: “El Señor es todo lo que tengo. ¡En él esperaré!” [1]
(Lamentaciones 3:22-24)


Abro mis manos y recibo más de ti. No puedo impedir tu generosidad y renuevo mi asombro cada mañana como tú renuevas tu fidelidad para conmigo. Vuelves a llenarme de ti. Aún cuando me veías desde lo alto abatida por un corazón engañoso y perverso, luchando contra una naturaleza que se rebelaba contra tus principios. Luchando por parecerme a lo que tu mente concibió cuando me creaste. Y me encuentro padre, abatida, desnuda frente a tu mirada, suplicándote que vendes una vez más mi alma herida.

Tu gracia se derrama entonces en forma de lluvia y rodea mi cuerpo y penetra hasta las fibras más profundas de mi ser. Una garúa juguetea en mis pestañas y mis labios se humedecen y pienso que esa humedad que proviene del cielo es como tu gracia, persistente, tangible, inacabable. Y de pronto, a pesar del frío me siento abrigada por ti. Camino contigo,  y nadie sabe con quién converso, a quién le encomiendo cada paso, por qué sonrío de rato en rato, por qué me desabrigo en medio de la lluvia. Es que tu presencia ha quemado mi ser y tu abrazo es suficiente, sobre todo ahora que estoy herida Padre porque bien sabes que el pecado me hirió.

Estaba allí rondándome, vigilando mis pasos, al acecho, calculando la debilidad de mis pensamientos y mis emociones para arrojar un dardo contra mí. Y yo Padre, tan frágil, tan humana, me protegía con tus palabras, me saturé de tus pensamientos y rechacé todo cuanto me ofrecía, sin embargo no pude preservar totalmente mi mente y mis emociones. El pecado me hirió Padre, me hirió y aunque nadie lo sabe ni lo percibe, lo sabes tú, porque tú Padre lo sabes todo, pero también porque yo te lo confesé una y otra vez, una y otra vez. Porque escuchaste mi súplica y mi llanto, viste mi intento de despojarme de ese peso, mi renuncia intermitente como tu gracia cada vez que a ella me acogía. Es que nada hiere ni duele más, ni puede hacer herida más profunda que el herirse uno mismo. Y es que el pecado hiere Padre, duele, derriba. Se adhiere a nuestra alma y nos golpea, punza, abre zanjas en la piel del alma y desangra el corazón. Y tú que todo lo sabes, que todo lo ves, que todo lo examinas, te dueles de nuestras heridas y es tu bálsamo la medicina a la que me acojo como la única esperanza de no sucumbir en la maldad de mi propia naturaleza engañosa. Y sabes Padre, que soy finita, pequeña, diminuta pecadora, que recorro las calles de esta vida intentando servirte con integridad de corazón, luchando contra mi misma, aferrándome a tu gracia, a tu poder, al obrar de tu Espíritu Santo que es la única esperanza de tener victoria.

Padre, extiende una vez más sobre mí tu gracia. Ministra mi cuerpo, recoge mis lágrimas, convénceme de la eficacia de tu poder limpiando mi vida, barriendo la suciedad más escondida de mi corazón, te necesito Padre porque sólo tu poder en mi puede obrar la santidad que se requiere para servirte con las manos limpias.


[1] Santa Biblia. Nueva Versión Internacional. Lamentaciones 3:22-24.


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